MÁQUINAS

Las relaciones humanas han muerto, al menos como se conocían: de frente. Se extraña la conversación entre personas, mirándose a los ojos, escuchándose la risa.

¿Será que también el amor ha muerto?

Dicen que la tecnología nos acerca y en cierta forma es verdad, ¿pero a qué costo?

Se terminaron los acercamientos rompe hielo para conocerse un poco, para descubrirse un tanto. El juego de la seducción.

Hoy hemos cambiado esa experiencia por algo tan frío como las máquinas y un intrincado sistema de transmisión de mensajes.

¿Quién está del otro lado?

No ignoro que el mundo se ha transformado. Que en 20 años perdimos una seguridad que hoy las máquinas parecen devolvernos, o al menos eso pensamos.

El boom de las redes sociales apuró esta decadencia, convirtiendo las relaciones humanas en el espectro romántico en un mercado de citas que se venden al mejor postor.

Nunca ha sido distinto, solo que hoy es grotesco. Es la caída de la civilización.

De nuestra civilización.

Las ganancias para las compañías desarrolladoras son millonarias pero también para los talentos. Oferta y demanda. Bienvenidos al festival de lo inaudito. Es la bacanal de los bytes.

Y mientras los datos móviles se funden con otros trillones en esa orgía de unidades de información sobre la cama del ciberespacio, abajo la generación más depresiva de la historia escurre una lágrima salada en el rincón más solitario de su habitación.

Sí, el amor ha muerto. Lo único que nos hacía humanos.

 Y nosotros hemos muerto con él.